martes, 1 de septiembre de 2009

Autoritarismo y Populismo



Sabemos que las crisis no pueden prolongarse eternamente. Y en Sudamérica es costumbre que, cuando el sector hegemónico es incapaz de solucionar las crisis por las “buenas” –y particularmente cuando el espectro popular asola-, la salida autoritaria, manu militari, es LA carta a barajar. Gaviria, del Polo, ha dicho que la re-elección que quiere convocar Uribe lo convierte en un dictador populista que maneja al pueblo como otros dictadores manejan la policía y el ejército[22]. Creo que esta visión es parcialmente correcta (el populismo es, de hecho, un factor fundamental del uribismo) pero falla en que sobredimensiona la capacidad de movilización popular de Uribe, y minimiza la capacidad de movilización militar de éste.

Un golpe al estilo de la “Marcha sobre Roma” de Mussolini no es factible en Colombia. El apoyo a Uribe es un apoyo fanático, prepotente y agresivo, pero no es un apoyo orgánico que pueda manifestarse en movilización de masas constante ni en un discurso homogéneo, como quedó demostrado tras la marcha del 4 de Febrero[23]. Ni tampoco es un apoyo tan hegemónico como el que los medios nos quieren hacer creer: mientras nos siguen machacando, ad nauseam, que Uribe tiene apoyo del 70%, 80%, 90% y 120% de Colombia, las cifras oficiales del DANE son bastante más humildes, llegando la aprobación a Uribe al 40%[24]. Y no está de más que recordemos que aprobación no es lo mismo que apoyo.

Por otra parte, es difícil que una eventual repetición de las elecciones del 2006, de llegar a ocurrir (lo que de por sí es altamente improbable dado el nivel de oposición que esta iniciativa está enfrentando en las instancias oficiales), pueda traducirse en resultados favorables a Uribe: el contexto hoy es muy diferente al del 2006 y está marcado por la falta de legitimidad institucional y una polarización que puede llevar a votar a muchos de la vasta mayoría de indiferentes, lo cual muy probablemente inclinaría la balanza contra Uribe. Cada vez más se puede apreciar el rostro culebrero, mentiroso y mafioso del uribismo. Esto último no puede ser pasado por alto, aunque el núcleo duro de apoyo al uribismo no deje de ser importante y sabemos que estará para respaldar a Uribe pase lo que pase.

Pero Uribe sí que tiene sus camisas negras y sus propios “fasci di combattimento”: la nueva oleada de agresiones, amenazas y crímenes del paramilitarismo demuestran que en momentos de crisis, la violencia del régimen recrudece. En estas semanas, el asesinato de una mujer en Granada (Antioquia)[25], de un dirigente afrocolombiano del Proceso de Comunidades Negras cerca de Tumaco (Nariño)[26], las amenazas a grupos juveniles en Medellín[27], a sindicalistas y dirigentes sociales en Bucaramanga[28] y a organizaciones sociales y de derechos humanos en Barrancabermeja[29], nos recuerdan que el espectro del paramilitarismo, supuestamente “exorcizado” mediante la “desmovilización” y la Ley de “Justicia y Paz”, sigue vivo y representa una fuerza presta a infundir terror cuando los poderosos lo requieran.

Además, el ejército sigue siendo el principal aliado incondicional de Uribe y una de las principales barreras a la salida negociada del conflicto. Pese a la imagen que proyecta Colombia de ser una de las pocas repúblicas latinoamericanas que no ha tenido más que un dictador militar en el último medio siglo, por un breve período[30], lo cierto es que el ejército ha jugado un rol importantísimo en la política colombiana, siendo un poder de facto, no necesariamente subordinado al poder civil. La importancia y el peso del ejército han aumentado enormemente desde la implementación del Plan Colombia, el cual los ha engordado con sus dólares. Hasta ahora, el ejército no ha tenido que intervenir directamente: pero si la crisis se prolonga, la alternativa de la salida militar a ésta puede aparecer como una alternativa viable para salvar al régimen.

En este marco, la crisis institucional que pareciera ir tocando fondo puede seguirse extendiendo por un tiempo aún indefinido, pero tendrá que definirse en algún momento, a las “buenas” o a las “malas”. Pero los plazos de este tiempo aún por definir, no son puestos por los de abajo sino que por los de arriba: el movimiento popular colombiano ha de tomarle el pulso a este factor y debe acelerar el tranco a la construcción de la convergencia popular que pueda plantear una solución a la crisis acorde a los intereses de los que tradicionalmente han sido excluidos y marginados. E insistimos, los plazos para esta convergencia, son impuestos desde arriba y la posibilidad de la profundización del autoritarismo hacia un modelo abiertamente de sello fascista debiera ser seriamente considerada. Solamente la materialización en alternativa de los sectores populares organizados y con un programa de lucha claro y convocante puede sepultar definitivamente la posibilidad del Tercer Reich de Uribe y la consolidación del totalitarismo.

José Antonio Gutiérrez D.
27 de Junio del 2008

http://www.anarkismo.net

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